Quizá sea mi mentalidad rústica que me clausura a seguir; a dejar de caminar en círculos cada que escucho mi nombre. Tal vez me dejé cegar por las luces que nunca se van, que me siguen hasta el Sol; quizá debería creer menos, volverme menos yo, más usted. Romper con las formalidades de mi luz propia; dejar de soñar, dejar de imprimir siluetas que improvisan abrazos, dejar de cortar margaritas al paso, dejar cuantos ojos brillantes; empezar un festín burocrático que me agigante los huesos y me vuelva invencible, fuerte, que me preserve mi ausencia con presencia. Quizá logre dejar el pasado pasar, y dejen de llover mis ojos; y mi boca deje de regalar espuma.
De pronto, todo me parece inmenso y me siento inmensa en una ciudad fantasma, en un paisaje sin recuerdos, sin memorias, sin lenguajes. Inmersa en una espera constante, como coagulada antes del próximo tropiezo.
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